jueves, 17 de febrero de 2011

Daddy I


     Me llamo Daddy y tengo 60 años. Hoy es un día muy especial para mí, hoy voy a recordar mi historia con un gran amigo y compañero fiel. Se llama Mamadú, es de Senegal como yo, y tenemos muchas historias que recordar.

     Me levanté, me vestí y me tomé un café como cada mañana. Me dijiria a su casa lleno de ilusiones y cuando lo vi, sentí que no había pasado el tiempo para ninguno de los dos. Tenía una imagen en mi cabeza que jamás se me ha olvidado: estaba retorciéndose en la arena de la playa. Cuando nuestras miradas se cruzaron sabíamos que estábamos destinados a compartir una vida plena juntos. Los dos chavales empezaron a correr y a chapotear en el agua, como si de dos aves se tratara. Nunca volví a sentir ese grado de felicidad, hasta ahora.

     Me levantaba muy temprano para ayudar a mi madre, que no tenía el suficiente dinero para criar a mis seis hermanos. Yo era el mediano, con 7 años y el más pequeño con 3 meses. Iba al mercado a unos 3 km más allá del poblado. La verdad es que no me gustaba ir a la cuidad. La gente se qritaba, había muchísima basura arrinconada al lado de las aceras y muy mal olor por los cadáveres que había entre la basura. Esas personas fallecían porque no conseguían trabajo, es decir, no tenían dinero y muchos de ellos terminaron en la bebida. Era un núcleo de enfermedades en el año 54. La verdad es que en la aldea nos cuidaban mucho, con poco nos conformábamos. Jugábamos con piedras y trozos de madera.

     Nosotros dos muy pronto tuvimos que madurar, hubo una crisis. Mi familia no tenía dinero y solo teníamos dos posibilidades: jugarnos la vida o morir allí. El día 23 de Agosto fue el día en el que cumplí 14 años. De regalo mi madre, con la ayuda de la aldea, nos dio una cantidad de dinero que jamás había visto. Nos estaban pagando el viaje en el cayuco, con rumbo… ni se sabe. Ese día me juré a mí mismo que nunca olvidaría a mi familia, ni a mi aldea, ni a mi perro Cheik. Iría en busca de una gran aventura y nunca defraudaría a mi familia. La verdad que no sabía lo que me esperaba. Una tarde tranquila. Las personas con las que conviviría durante una semana se despedían de sus hijos y mujeres. El embarcadero estaba a rebosar. La gente sonreía al ver que sus familiares iban a encontrar una vida mejor y que mandarían dinero a casa. El cayuco parecía resistente y compacto para una travesía corta. Estaba relleno de mantas y de algunas provisiones para el viaje. Cada vez con más ansias deseaba entrar al "barco". (Continuará)

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